Agentes de la AFI sufren secuestro a manos del cártel del Golfo y de su brazo armado Los Zetas (Foto: Archivo / EL UNIVERSAL)
Ni la AFI se salva en Reynosa
El poder y violencia del narcotráfico es tan importante aquí que ni los policías gozan de seguridad. La odisea de cuatro agentes especiales de la Agencia Federal de Investigación (AFI) es la constancia de lo que puede ser un levantón o secuestro a manos del cártel del Golfo
Francisco Gómez/El Universal
Sábado 08 de diciembre de 2007
francisco.gomez@eluniversal.com.mx
REYNOSA, Tamaulipas— El poder y violencia del narcotráfico es tan importante aquí que ni los policías gozan de seguridad. La odisea de cuatro agentes especiales de la Agencia Federal de Investigación (AFI) es la constancia de lo que puede ser un levantón o secuestro a manos del cártel del Golfo y de su brazo armado Los Zetas.
Atardecía cuando los agentes Raúl Aponte Santillán, Luis Solís Solís, Omar Víctor Nolasco Espinoza y Óscar Alberto Vértiz Valenzuela tuvieron frente a sí la constatación del nivel de inseguridad en esta ciudad. Ante cientos de testigos, los policías del Grupo de Operaciones Especiales (GOE) fueron sometidos y plagiados por un comando.
La historia de los federales se mantuvo oculta, EL UNIVERSAL tuvo acceso a ella y estuvo a punto de convertirse en una tragedia en abril, pero al final y después de ser levantados o secuestrados por casi 24 horas, recorrer con ellos más de 200 kilómetros, sus captores, Los Zetas, no los ejecutaron y los entregaron a la policía en Nuevo León.
Los integrantes del GOE, al que pertenecen los cuatro agentes federales plagiados, llegaron vía aérea el 13 de abril a Nuevo León para evitar ser detectados por informantes del crimen organizado. Ahí, durmieron en el hotel Ochenta y ocho. Un día después salieron hacia esta ciudad, donde pasarían una de las peores experiencias a las que se puede enfrentar cualquier persona: "¿quieren saber quiénes los van a matar?... Los Zetas", decían sus captores una y otra vez.
La llegada y sus acciones
A bordo de cinco camionetas, los elementos del GOE salieron el 14 de abril a las 10:00 horas de Monterrey a Reynosa. Fue un viaje tedioso, lleno de problemas y malos presagios.
Para empezar, sólo dos vehículos llegaron con todo el grupo, las otras tres camionetas se averiaron. Los agentes federales que venían en las unidades dañadas tuvieron que subir a las otras para, al fin, llegar a Reynosa.
El arribo fue por la tarde del mismo sábado al cuartel militar; para evitar fugas de información o traiciones no se dan a conocer las acciones del GOE a la delegación de la Procuraduría General de la República (PGR).
En las instalaciones militares les asignaron sus dormitorios y recibieron la orden de que descansaran. Sin embargo, una hora más tarde, su jefe les ordenó alistarse. Fueron a una discoteca, La cincuenta y siete, detuvieron a siete personas y las trasladaron al campo militar, de ahí al aeropuerto para enviarlas al DF.
El 15 de abril, los integrantes del GOE descansaron en el cuartel militar hasta las ocho de la noche. De nuevo vino la orden de subir a los vehículos y salir en caravana hacia el aeropuerto. La instrucción era escoltar a un grupo de militares que trasladarían ahí a dos detenidos para enviarlos al Distrito Federal. El operativo se hizo sin contratiempos. Después regresaron a la base militar, donde durmieron.
El 'levantón'
El lunes, los federales permanecieron hasta cerca de las tres de la tarde en las instalaciones militares. Casi a esa hora, el agente Solís pidió a su compañero Vértiz acompañarlo a un cajero bancario y al centro comericial Soriana. Con ellos fueron el comandante Nolasco y el agente Aponte. En un automóvil Neón, los cuatro llegaron a Plaza Real, situada sobre el bulevar Hidalgo. Fueron 20 minutos de camino.
Llegaron al cajero automático. Recorrieron la plaza. Una hora después, cuando iban de regreso, dos camionetas les cerraron el paso. De esas unidades bajaron tres sujetos con armas R-15 que se identificaron como policías ministeriales del estado. Ellos se identificaron como elementos de la AFI. Pese a que en todo momento les apuntaron, al final los hombres armados los dejaron irse.
Pero sólo fue por un momento. Unos kilómetros más adelante, de nuevo las dos camionetas dieron alcance al auto de los federales. "El jefe quiere hablar con ustedes", les dijeron. Ellos reclamaron, pero casi de inmediato llegaron tres camionetas más con hombres armados. Fueron sometidos y subidos a empellones a una de ellas. Les colocaron sus propias camisas en la cara. Comenzó la golpiza. "Ya valió madre", sentenciaron sus captores.
La entrega
El grupo armado partió con los cuatro agentes secuestrados. Les quitaron todas sus pertenencias e identificaciones. Durante una hora los golpes, las patadas y las preguntas fueron incesantes. En el trayecto a la casa donde los llevaron y los tuvieron casi ocho horas arrodillados, el comando se comunicaba con claves exclusivamente, aunque en ese sitio uno de los agentes alcanzó a escuchar que la orden era llevarlos al poblado de China, en Nuevo León.
Los subieron a otra camioneta, una con caja tapada. Ahí colocaron a los cuatro. En el trayecto, el comandante Nolasco, que tenía la cara tapada, dijo los nombres de cada uno de ellos como pasando lista. Todos respondieron. Todos estaban vivos hasta ese momento, pese a las amenazas constantes de matarlos. Vino entonces la salvación. Solís traía un teléfono celular oculto en su ropa interior. Con él hizo una lñlamada a su base en México, al comandante Puma. "Nos levantaron", le dijo, y le informó a dónde los llevaban.
Una nueva parada. Golpes, tortura sicológica con disparos, desmayos y preguntas: ¿qué hacían en Reynosa? La respuesta fue acordada por los cuatro agentes especiales. Decir que venían acompañando a un agente del Ministerio Público federal. No más. Los helicópteros de la policía que los buscaban comenzaron a pasar cerca. Los federales pensaron que serían asesinados ahí.
Nuevamente fueron subidos a una camioneta. Los federales pensaron que serían asesinados en cualquier momento. De nuevo, fueron trasladados a otro sitio, pero en el trayecto escucharon que quien conducía preguntó por radio "si los municipales ya habían colocado el retén donde se les dijo", pues "en minutos llegarían con los cuatro federales y que sus armas venían en una bolsa negra". Pasaron 15 minutos y de pronto los agentes escucharon sirenas.
La camioneta paró su marcha. Los agentes fueron bajados a golpes de ella. Y de pronto la sorpresa. Un grupo de uniformados, todos encapuchados, los recibió. "Póngalos a disposición", les dijeron los captores.
Los llevaron a la estación de policía de Guadalupe, Nuevo León, donde llegaron elementos de la Policía Federal Preventiva a interrogarlos.
Finalmente, la odisea terminó.